martes, 1 de octubre de 2013

Érase una vez un cuento, encerrado en la rutina...

Érase una vez un cuento, encerrado en la rutina, entre pequeñas calles de una gran ciudad, esperando ser contado.
Érase una tarde gris con los colores de otoño, renacido con el viento que hacía bailar las hojas de los árboles a su son.
Paseando por la ciudad se encontraba un ángel de cabello negro como el azabache y ojos color miel, un traje perfecto para pasar desapercibido entre la múltitud que transitaba en murmullos, con cierta prisa y olvidando contemplar la hermosa estampa que les rodeaba. El ángel observaba todo cuanto acontecía a su alrededor y no daba crédito a la ignorancía ante la belleza que quedaba en un rincón, olvidada sin ser apreciada.
De pronto observó que alguien le miraba, con interés y una sonrisa dibujada en su rostro, era Noa, una mujer decidida, curiosa y soñadora pero siempre con prisa por cumplir sus sueños y sus metas.
El ángel la miro y le hizo un gesto para que se acercara. Entró en un callejón de suelo empedrado y alumbrado por pequeños faroles engarzados en las paredes. Apreció el silencio, el olor a lluvia, aspiró el aire hasta llenar sus pulmones y agrandó su sonrisa, sabía que no había nada que temer en aquel callejón sin apenas luz. Siguió andando y apareció una pequeña puerta cerrada, justo al lado del ángel. Se acercó, agarró con ganas el pomo y le giró. La puerta comenzó a abrirse y una luz brillante inundó todo el callejón. Deslumbrada esperó hasta que sus pupilas se acostumbraron a la nueva intensidad de luz y empujó la puerta dejando a la vista de todos aquello que se escondía detrás. 

                                               
    
Se sintió abrumada, sus sentidos percibían mil cosas a la vez, se centró en cada uno de ellos: El olor a flores, frutas, velas, incienso y otros más exóticos que no supo apreciar. Sonidos de las risas, varios instrumentos musicales, metales chocando entre si y un sin fin de voces que solo transmitían alegría. 
Una anciana de cabello largo y blanco con una voz muy dulce se acercó y pregunto:
-¿Vienes sola?
Miró hacia el callejón y vio al ángel que asintió y la invitó a seguir. A continuación miró como la gente pasaba por delante del callejón sin mirar, a pesar de la brillante luz que salía tras la puerta. Comprendiendo que era la única en descubrir aquella belleza, apenada contestó:
- Sí.
La anciana le cogió la mano, guiándola  hacia el interior y cerró la puerta.
Contempló la calle que se dibujaba... si, dibujaba, como si de un lápiz invisible se tratara, trazando líneas allá por donde miraba, dando paso a una imagen real de una calle llena de gente, bellos arboles, flores, puestos de frutas y otros enseres irreconocibles a primera vista. Tras el lápiz aparecían pinceladas de colores dando color y vida a todo lo que se veía en aquella calle.
Noa soltó una carcajada, no daba crédito a todo cuanto acontecía a su alrededor: arlequines, bailarinas, malabaristas, magos, payasos... ¡Un gran circo lleno de color y fantasía! Sus personajes recorrían un gran mercado de frutas, frutos secos y maravillosos utensilios, adornos... ¡Un sin fin de variedad! 
La anciana observaba a la jovencita, esperaba su reacción ante tan apabullantes imágenes.

                                   
  
Noa permanecía sorprendida, mirando a todos lados e incapaz de decir palabra. Caminaba sin rumbo, sin parar. Era tal la cantidad de información que sus sentidos percibían que se sintió mareada, al cabo de unos minutos decidió sentarse en un banco, se tapó la cara con las manos y así se quedó durante un instante. Cuando retiró las manos ya no había nada, se encontró a oscuras en una calle vacía. 
Buscó a la anciana sin encontrarla, ni a ella ni a nadie. Le entró miedo e intentó ir hacia la puerta por donde había entrado. Mientras volvía por sus pasos se topó con lo que parecía una rama pequeña en mitad de la calle, se agachó y  la guardó en un bolsillo.
No encontró la puerta y al cabo de unas horas estaba exhausta, decidió sentarse, esta vez en el suelo.
Cuando estaba a punto de llorar de miedo e impotencia, escuchó la dulce voz de la anciana desde el otro lado de la calle. Noa echo a correr hacia ella, sin miedo a tropezar o caer. Cuando llegó a la altura de la anciana le preguntó:
- ¿Que ha pasado? ¿Donde están todos?
La anciana chasqueó los dedos. Unas velas flotantes aparecieron de la nada, dando una tenue luz a la calle donde se encontraban.
- ¿Que crees haber visto? -Replicó la anciana.
-¿Donde crees haber estado?
Todo estaba en tu imaginación pero eran tantas las cosas bellas que soñabas con encontrarte que no pudiste quedarte con ninguna, las perdiste todas.
Noa quedó pensativa, dubitativa y extrañada.
- Piensa solo de una en una, dibújala y disfruta mientras dure. Recuerda, la que anida en nuestra rutina suele ser la más difícil de disfrutar. -Comentó la anciana mientras desaparecía.
Sin más volvió a estar sola: 
- ¿Qué piense? ¿Qué dibuje?
Recordó haber recogido algo y lo buscó en su bolsillo, lo que parecía ser una ramita resultó ser un lápiz fino.
Dibujó en el suelo una flor, apareció y mientras la sujetaba se dió cuenta que no la disfrutaba, no era lo que necesitaba.
Durante un rato pensando en que era lo que realmente quería se dio cuenta que echaba de menos su gente, su ciudad, su realidad. Aquello le había superado.
Se acercó a la pared y dibujó una puerta, la misma puerta por la que había entrado. Cuando se hizo real, la abrió y se encontró el mismo callejón por el que había entrado y allí frente a ella, con una bella sonrisa le dijo el ángel:
- Todo es efímero, todo pasa. Tenemos dos opciones: esperar  que llegue lo que siempre hemos soñado y mientras dejamos pasar las pequeñas cosas que nos acontecen a diario, en nuestra rutina, sin apreciarlas. O mientras llegan las cosas que soñamos, disfrutamos de las pequeñas cosas que nos acontecen a diario, en nuestra rutina.
Noa asintió, había aprendido algo nuevo.
Caminó hacía las calles de la ciudad, su ciudad, y miró con otros ojos. Deseó con todas sus ganas que sus sueños se hicieran realidad, llegar a sus metas lo antes posible pero mientras tanto...
Érase una vez un cuento, encerrado en la rutina, entre pequeñas calles de una gran ciudad, esperando ser contado.
Érase una tarde gris con los colores de otoño, renacido con el viento que hacía bailar las hojas de los arboles a su son.

                                   

Noa paseaba por las calles de su ciudad, lemtamente, dejando que el viento le acariciara el pelo, oliendo y disfrutando del aroma suave y fresco de la tierra mojada, sonriendo a su paso a quien cruzaba una mirada con ella... 

                                
  
¿Y tu? ¿Vas a disfrutar del cuento que encierran las calles de tu ciudad, de tu rutina? O ¿Vas a dejar el cuento en el olvido mientras esperas que llegue tu sueño ideal? Se valiente, disfruta y cuenta con una sonrisa el cuento diario que se escribe a tu alrededor.



Mar, rosa azul.

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